Te duchas y te afeitas. Te echas aftershave del bueno (que tampoco es tan bueno, pero es el mejor que tienes). Dudas ante el ropero y te reprochas que aún no hayas ido a comprar la ropa que hace ya tiempo que falta te hace, y no por cuestiones de moda sino por roturas de la entrepierna o encogimientos que tan indecentemente enseñan el color de tus calcetines. Al final decides ponerte algo sin convencerte mucho, tanto del atuendo como de la importancia de la ocasión. Recuerdas que solo es otra más. Entonces te acuerdas de la última, y las anteriores, y te preguntas por qué no funcionó. Encuentras respuestas para cada caso, pero ninguna que aclare por qué hay tantos casos sobre los que pensar. Caes en la cuenta de que la nueva cita que se presenta es la señal del fracaso de la anterior. Te asalta el cansancio, y un repentino hastío y consecuente indiferencia, y te preguntas para qué otra más. Qué será lo que distinguirá ésta vez del resto. Entonces coges las llaves, el móvil, la cartera y los cleenex. Repasas tu aspecto general de un rápido vistazo con una mezcla entre resignación e ilusión, como el que juega a la primitiva sabiendo las pocas posibilidades que tiene de que le toque el bote, y sales en busca del destino.
Lo has hecho tantas veces que ya casi eres un profesional. Fulano López, primeracitólogo.
Una nueva cara, pero... una nueva historia? Casi siempre cambian los matices, pero todos somos personas y lo importante se repite una y otra vez. ¿Cómo tengo que comportarme? ¿He de ser yo mismo? ¿o debo representar algún papel? ¿Adoptar alguna estrategia? ¿Acaso merece la pena todo esto? Al final decides ser tú mismo y que sea lo que dios quiera. Y es que, de todas formas, siempre terminas siendo tú mismo. Siempre sale tu verdadero yo. Así que siempre pasa lo mismo.
Y cuando esa situación se repite equis veces, llegas a la conclusión de que para qué tanto alboroto, qué sentido tiene comerse tanto el coco y desear lo que no puede ser. Un deseo insatisfecho que es el origen de tantas frustraciones. Entonces decides que es mejor no querer, y como ya no quieres, no te mueves y todo a tu alrededor sucede sin que te afecte. Te quedas en casa, te fundes con tu sofá, te relacionas con tu ordenador, y así pasan los días...
Pasas un tiempo así y luego llega el momento en que algo cambia y piensas que tu vida pasa sin pena ni gloria, porque no haces nada ni aprovechas el momento. Que ya habrá siglos para no hacer nada ni sentir nada. Y te entra la urgencia por vivir y hacer cosas, sean las que sean, a riesgo de lo que sea. Y vuelves a ponerle sitio y hora a la ilusión. Una, dos, tres... siete, diez veces, otra vez dudas, otra vez el desánimo y otro ciclo más que se termina... para empezar uno nuevo, con repetición de todas sus fases.
Luego piensas si todos esos ciclos no forman parte de un ciclo todavía más largo, y si es así, en qué punto te encuentras. Se te ocurre que quizá ese largo ciclo no es sino tu vida. Tomas conciencia de tu momento de plenitud y madurez, de las posibilidades que ahora tienes y no tendrás en el futuro. Se te ocurre que quizá ese tipo de vida no sea la que más convenga, porque es fuente de amarguras y sinsabores, de rechazos y desilusiones. Y piensas si podrías aplicar el carpe diem a otras facetas de la vida. ¿Qué haces? ¿Meterte a monje? ¿Dedicarte a una ONG? Es tu vida, y te preguntas qué puedes hacer con ella. Pero la cuestión es qué quieres hacer con ella. Pero no lo sabes con seguridad, porque cada día piensas una cosa distinta, como consecuencia del estado de ánimo que te toque. Entonces te sientes impotente, y piensas que esos estados de ánimo son como el viento en otoño, y tú, como una hoja. Y te preguntas por qué diablos te comes tanto el coco, y te sientas a escribirle todas estas idioteces a un ordenador.
Pero como te sientes tan impotente, se te ocurre que la única opción que te queda es resignarte a la situación, y como no sabes cuál es realmente esa situación, la resignación es solo para aceptar que no tienes ni idea de nada, ni control sobre nada, que los días pasan, que el tiempo pasa, y que tu cuerpo y tu personalidad son solo cárceles de tu verdadero yo, cárceles en las que no se admiten visitas. La sensación de incertidumbre y desorientación es total. Solo quieres que las cosas cambien y sigues con tu vida esperando que suceda algo a tu alrededor que lo cambie todo. Entonces repasas tu vida y ves que han pasado los años y que no ha ocurrido nada, piensas si ese cambio no has de buscarlo mejor en tu interior, o que, sencillamente, no hay cambio que valga y que la vida es así, y hay que aceptarlo, o que a lo mejor sí que ocurren cambios pero no los llegas a percibir. Te arrepientes de tener todos esos pensamientos y te gustaría ser más simple, para centrarte en lo inmediato y efímero. Te sientes solo y extraño, y te preguntas si alguien podrá entenderte, si compartirá o se sentirá identificado con tus pensamientos y sentimientos.
Suena un mensaje en el móvil: "Cervecita en el Salvador dentro de 1 hora". Y escribes "ok, alli nos vemos" Pulsas enviar... Su mensaje ha sido enviado. Entonces te pones unos vaqueros y una camiseta que pone "Yo soy de ese tipo de personas contra las que tu madre te ha prevenido". Y sales a la calle.