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martes, 23 de agosto de 2016

La cosa no tiene arreglo

Te levantas un día y te das cuenta de que la cosa no tiene arreglo. El sentimiento hay ido calando, poco a poco, entremetiéndose en tus pensamientos, torpe, lenta pero inexorablemente, porque los virajes de rumbo siempre son costosos y pesados, y más cuando uno ya empieza a pintar alguna cana entre los cuatro pelos que le van quedando y viene de posturas ideológicas asumidas como fortalezas inexpugnables. Pero la realidad golpea duramente las conciencias, y que uno sea fiel a sí mismo no implica que tenga que serle infiel a la realidad que percibe a través de sus sentidos y a la que medita, con calma y los menos prejuicios posibles, en sus elucubraciones sobre lo político, lo humano, lo económico...

Y es el goteo de esas noticias, que a veces saltan a primera plana y otras veces hay que escarbar para encontrar, el que espolea nuestras mentes en ese camino de continua reflexión. Una reflexión que nos enseña la necesaria humildad para reconocer que lo que uno daba por seguro al 100% ayer, hoy no apostamos siquiera por un 60%. Que lo que creíamos que era un avance, un camino para salir del atolladero éste en el que andamos metidos, no es más que otro callejón sin salida al que nos invitaron a entrar, pero que pinta muy muy mal.

Enviaba yo el otro día a Meneame una noticia sobre el despiece del sistema público griego. El gobierno de Alexis Tsipras privatizaba el puerto del Pireo y el sistema público de ferrocarriles. Esto último (los trenes) por 45 millones de euros. En 2013 su propio ministro de economía señalaba la valoración del anterior gobierno conservador en 300 millones de euros una cifra "provocativamente baja". Lo que cambia el panorama, amigos.

Hoy Syriza, en el gobierno griego, se ha convertido en el brazo ejecutor de la Troika. Todo aquello cuanto prometían, no tengo dudas de que con la mejor intención, se ha visto desvanecido, traicionado, mediante la batería de medidas, reformas y recortes que la Troika les ha impuesto bajo amenaza de echarles el cerrojo a los cajeros automáticos, las fronteras y los mercados. "O haces todo lo que yo te digo o dejo de financiarte", por lo que Tsipras se ha visto en la amarga tesitura entre escoger una muerte lenta o una muerte rápida para su país. Y ha optado por la lenta.

El caso de Grecia es el ejemplo más clarificador para entender cómo han montado el chiringuito estos de arriba, es decir, los poderosos. Y para no movernos en términos ambiguos, con "los poderosos" me refiero a los políticos, presidentes de bancos, de fondos financieros, consultoras de prestigio, etc. etc. En resumidas cuentas, los que tienen la pasta gorda y aquellos que les apoyan desde las administraciones.

Llegado este punto, confieso que resulta un poco lioso exponer de manera breve y simple las principales partes del tinglado este y de por qué no tiene arreglo, pero intentaré organizarme para explicarlo de la manera más fácil posible.

El ejemplo de Grecia me ha servido para darme cuenta de lo bien que lo tienen montado estos cabrones. La cosa funciona así.

Ellos controlan los medios de información con más alcance, bien de manera directa (siendo propietarios) o bien de manera indirecta, en el sentido de que pueden financiar o contratar publicidad a estos medios para ejercer su influencia en la línea editorial, y así convertir a esos medios de información, directamente, en medios en desinformación, lanzando la propaganda que más beneficie a sus intereses. Es decir, la televisión, la radio y los principales periódicos de tirada nacional están todos controlados y dirigidos a mantener a la población entretenida con sandeces y desinformada con mentiras y ocultaciones intencionadas para mantener las cosas como están y que no se rebelen ante la maquiavélica estrategia de estas élites de poder.

Debido al efecto apaciguador de masas que ejercen los grandes medios de difusión, la mayoría de la gente no sólo no protesta ante políticas que favorecen recortes del gasto social, privatizaciones, aumento de la deuda, recortes de derechos laborales, etc., sino que directamente los defiende, alcanzando su máximo exponente en concentrar los ataques ante otras alternativas políticas que puedan suponer una amenaza para las prácticas que llevan a cabo ese conglomerado de políticos y ricos que llamamos "los poderosos".

El efecto que se pretende alcanzar con dicha estrategia es el aumento de la brecha entre los pobres y los ricos, eliminando poco a poco la clase media, y haciendo que los ricos (esos que tienen 50 millones de dólares o más) sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, y éstos a su vez, en su mayoría, sean inconscientes de lo que sucede, e incluso muchos de ellos se conviertan en acérrimos defensores del "Sistema". Viendo cómo avanza este proceso, no resulta difícil imaginar que el objetivo final es una sociedad de ciudadanos que sobreviven como pueden en condiciones de semiesclavitud controlada por una élite minoritaria y superrica. El neoliberalismo alcanzará su culmen cuando los individuos sean tan "libres" como para poder vender legalmente cualquiera de sus derechos.

Para asegurar que ningún país se salga del redil neoliberal, y con la excusa de que hay que financiar los servicios públicos, han llevado (y continúan en ello) el tema de la deuda pública hasta un nivel que se puede calificar, sin ningún tipo de paliativo, como de impagable en muchos países, España entre ellos. Así, mientras haya gobiernos que sean de la cuerda de los poderosos, la línea de crédito se mantiene y la deuda pública crece. La gente no echa cuenta de eso y sigue votando a los mismos. ¿Qué pasa cuando un país entero se da cuenta de esta estafa y quiere arreglar su situación votando a un partido que quiera arreglar las cosas luchando por el pueblo en contra de los intereses de los superricos? Que éstos usan su poder e influencias para presionar al nuevo gobierno exigiendo el pago de la deuda por encima de cualquier otra cosa, y amenazando con suspender la línea de crédito para obligar a cualquier gobierno a ejecutar sus planes de recorte del gasto público en aquellas partidas que a ellos les interesan: privatizaciones, bajada de salarios y pensiones, recortes en sanidad y educación, flexibilización de las condiciones de despido, aumento de la edad de jubilación, etc. Con estas medidas, estos poderosos no hacen otra cosa que engordar sus ya abultadas cuentas, ahondando en la ya profunda brecha entre ricos y pobres.

Que la deuda tenía que crecer para tener al pueblo esclavizado y controlado resultaba perfectamente compatible con el despilfarro de dinero público en temas como el rescate bancario, las obras civiles y los servicios públicos con sobrecostes y mordidas, el excesivo número de políticos con sueldos descontrolados, la corrupción generalizada, etc. El montaje de este tinglado, o mejor dicho, estafa, ha premiado la mala gestión del dinero público porque cuanto más se gastara más engordaba la deuda, y más fuertes serían las cadenas con las que bancos y fondos financieros tendrían apresados a los países, por si llegaba el tan temido momento por los poderosos en que un gobierno del pueblo y para el pueblo entrara en acción.

Y lo que es más. Los superricos (sus conglomerados empresariales, fondos financieros, bancos, etc.) usan toda su influencia para manipular la información desinformando al pueblo ya que controlan los medios de información tradicionales: prensa, radio, televisión, etc. De esta manera, pueden fabricar la información que les llega a los ciudadanos y así hacer que piensen lo que a ellos les interesa, convirtiendo a una gran parte de la población en zombis sin espíritu crítico que defenderán a muerte los ideales de esta élite de superricos o, como mínimo, atacarán con una descontrolada visceralidad a todo aquel que represente una amenaza para sus intereses.

Es lo que vemos que ha pasado en Grecia, y lo que seguramente pasaría en el improbable caso de que España fuera gobernada por un partido como Podemos o cualquier otro que pueda surgir en el futuro.

De esta manera, y como ya ha pasado en Grecia, la ruina llamada deuda pública que se ha ido gestando durante décadas eclosiona en una tempestad de corralitos bancarios y amenazas resumidas en un "os cerramos el grifo y os morís de hambre" que baja del burro a cualquier idealista que haya puesto su ilusión en un modelo de cambio, a la vez que arenga a aquellos prosistema a proclamar a los cuatro vientos que la culpa de todo es del partido político que recién ha llegado al gobierno. El símil que creo que mejor se adapta es el de uno (gobierno neoliberal) que tiene un globo (deuda) y lo va inflando, hasta que se lo quita otro (gobierno para el pueblo). Entonces el que se queda sin globo lo pincha con un alfiler (bancos acreedores de deuda pública) mientras le dice a todos "¿veis? ¡éste tiene la culpa de que el globo haya pinchado porque lo tenía él en su poder!". Lo más preocupante es que aunque no haya quien pueda arrebatarle el globo al primero y no haya alfiler, la capacidad de dilatación del globo es limitada, y llegará un momento en el que... ¡PLOP!

Bajo mi punto de vista, los ciudadanos que con su voto han apoyado a estos gobiernos que han ido esquilmando las arcas públicas y haciéndonos cada vez más dependientes de fondos e intereses privados son los verdaderos responsables de lo que sucede y lo que se nos viene encima. Lo injusto de este mundo es que la factura la están pagando tanto los justos como los pecadores.

Algunos tienen la firme convicción de que la unión de varios países con gobiernos de cambio permitirá a los pueblos echarles un pulso en igualdad de condiciones a los poderosos, invertir su estrategia, democratizar las instituciones, promover políticas que favorezcan una mayor redistribución de la riqueza y poner en marcha mecanismos pare revitalizar la economía productiva e implantar la justicia social. 

Yo apuesto por que ni aun así.